El Látigo del Rufus
Por Ricardo Sánchez Serra*
Es usual y protocolar que cuando un embajador termina sus funciones diplomáticas en el país, el Gobierno lo condecore con la Orden del Sol. Lo que es inusual es que otros poderes del Estado también lo distingan, salvo que la gestión del embajador sea maravillosa.
Acaba de terminar su misión después de nueve años de intensa labor, por ejemplo, el Nuncio Apostólico, Rino Passigato y recibió su condecoración, en la que estuvo presente el Presidente de la República, Alan García, que elogió su extraordinaria labor. La presencia del mandatario no fue protocolar, pero fue una clara demostración de su aprecio personal y de agradecimiento por todo lo que hizo por el Perú. Desgraciadamente el Congreso no le dio a Passigato el mismo reconocimiento. Y lo merecía.
En cambio, fue extraño que el presidente del Congreso, Javier Velásquez Quesquén condecore al embajador marroquí, Abderrahim Mohandis, con la Medalla de Honor en el grado de Gran Oficial, en reconocimiento de su contribución al refuerzo de los vínculos de amistad y cooperación entre Perú y Marruecos.
No escatimamos que Velásquez Quesquén –a quien apoyamos cuando fue vilmente difamado en un viaje a Brasil- tiene todas las prerrogativas para premiar a quien crea conveniente, aunque en este caso el embajador marroquí sólo haya contribuido a que nos regalen unos camellos –que no eran de la Casa Real como se dijo, porque esos valen un millón de dólares cada uno- que desgraciadamente murieron por descuido, además que disminuyó el intercambio comercial entre los dos países. Se nos hace impensable creer que el diplomático haya sido premiado por regalar innumerables viajes a algunos parlamentarios. Eso sería inaceptable. Y peor aún si Velásquez es invitado a Rabat el próximo año. ¿Toma y daca?
Y, qué pena, que más bien no se haya premiado a otros embajadores de valía como Passigato, por ejemplo.
Pero, lo más grave de la situación es que el presidente del Congreso, no puede dar una opinión personal –por el mismo cargo que ocupa- sobre un problema internacional y peor aún si desconoce la posición oficial peruana.
En ese evento Velásquez Quesquén afirmó equivocadamente que el Perú apoya la propuesta del Rey de Marruecos para dar una autonomía a la región del Sahara. Lo penoso es que no es esa la posición peruana, que sólo ha dejado en manos de las Naciones Unidas la solución del problema. La postura peruana debería ser más proactiva y exigirle a Marruecos que desocupe el territorio del Sahara Occidental que ha invadido y que ningún país del mundo reconoce y que se impulse un referéndum en donde el pueblo saharaui decida por la autonomía o anexión a Marruecos, o por la independencia. Es lo más justo.
Lo lamentable también es que en la ceremonia estaba presente un alto diplomático peruano que debió aconsejar al presidente del Congreso para que no meta la pata.
Debe recordarse que de acuerdo a la Constitución peruana le corresponde al presidente de la República: “dirigir la política exterior y las relaciones internacionales” (Artículo 118 – 11).
Ya Alan García expresó su deseo de restablecer las relaciones diplomáticas con la República Arabe Saharaui Democrática (RASD) y se espera que sea pronto, reiterando, que con el cumplimiento de su promesa quiebre el poderoso “lobby” marroquí imperante desde hace 12 años, cuando era canciller Francisco Tudela.
La RASD es reconocida por más de 70 países y tiene embajadas en numerosos Estados. México, Venezuela y otros países tienen embajadas de la RASD, Marruecos y Argelia y tienen relaciones diplomáticas normales. El Frente Polisario es el único representante del pueblo saharaui y ello está reconocido por la ONU, incluso tiene representaciones oficiales en España, Francia, etc.
El principio de la libre determinación de los pueblos debe ser defendido a ultranza por la política exterior peruana.
*Periodista. Directivo de la Asociación de Prensa Extranjera
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