El Látigo del Rufus
Por Ricardo Sánchez-Serra*
Hugo Garavito fue un hombre bueno. Con esta palabra quiero resumir lo que fue su vida. Un hombre con virtudes, de buenas costumbres, sencillo, honesto y franco.
Fue un hombre jovial, ameno y de gran intelecto. Uno lo buscaba no sólo para ahondar la amistad, sino para aprender de sus vastos conocimientos en historia y política. Era brillante. Estuvimos juntos en numerosas reuniones y parrilladas realizadas en el departamento de la familia Brousek, o en casa de Joaquín Ormeño Jr., conjuntamente con periodistas, políticos e intelectuales, en las que “arreglábamos” al Perú, en esas extrañadas tertulias en las que uno se nutre de innumerables anécdotas políticas, se redescubre la historia incluso con pasajes desconocidos y se rememora versos de los más famoso poetas peruanos y del mundo.
Nunca lo vi molesto. Estaba preocupado por el Perú –amaba al Perú- y más bien se despreocupaba de sí mismo, especialmente con los médicos. Tal vez su pronta desaparición se debió a eso.
En la última conversación que sostuve con él, reconocía al presidente Alan García como el último de los grandes líderes políticos y que lamentaba no haberse reunido recientemente con él, pues lo consideraba su amigo.
También mencionaba su profundo agradecimiento con el alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio, de quien no sólo hablaba bien, sino que le había dado la oportunidad de acompañarlo en su staff ejecutivo. “Lucho me confía cosas importantes”, se jactaba. No recuerdo si Hugo se desempeñaba como asesor del alcalde o como subgerente de Cultura y tenía su oficina en el mismo piso del burgomaestre. Estaba feliz trabajando con Castañeda.
Incluso me confió que renunciaría a Perú Posible –no sé si ya lo habría hecho- agrupación a la que dio todo de sí e incluso le creó su ideología. Perú Posible no le correspondió con su grandeza y fue mezquino e injusto con Garavito, un intelectual de polendas en sus filas. Bonitos fueron los discursos de representantes de ese partido en sus exequias, pero no fueron elegantes, por decir lo menos. En verdad sonaron hipócritas. Más bien, las sentidas palabras de Martín Bustamante –en nombre de Castañeda- y las de Rafael López de Aliaga –en nombre de los regidores metropolitanos- sonaron veraces y que venían de “adentro”.
Con pesadumbre Garavito me decía que “su” partido no le permitió candidatear para regidor por Lima, cuando Luis Castañeda lo invitó a integrar su lista. Me reveló que Alejandro Toledo le había autorizado, pero después le dijo que no, porque se oponía radicalmente Javier Reátegui –le envió flores al velorio (¿?)- y el Comité Ejecutivo. Eso es ser miserable y ruin. El alejamiento de su amigo Juan Sheput por razones políticas, también lo entristecía.
Tampoco le daban la oportunidad –o en algún caso no lo solicitaba- de escribir artículos en medios periodísticos escritos. Si Paco Miró Quesada hubiera asumido la dirección de El Comercio antes de que se enfermara, lo habría invitado a escribir (como el propio Paco me dijo) y seguro que no se moría. Sin duda, era un lujo tenerlo de columnista.
Nos reíamos cuando bromeaban de él. Le tenía aprecio a Carlos Alvarez, quien lo imitó como “Garabato”. Incluso debido a ello, cuando él caminaba por las calles le gritaban cariñosamente “hola Garabato” y él les respondía el saludo con su amplia sonrisa.
Le encantaba las películas de terror. Incluso, a un amigo común, Daniel Brousek, que iba a ingresar al seminario de los franciscanos, le pidió que les regalara esos filmes.
Me apena no haber acudido últimamente a sus innumerables invitaciones a visitar su departamento de San Miguel, para que viera el cuadro de mi padre, el artista paiteño Ricardo Sánchez Garavito, que había restaurado estupendamente.
Discutí con él alguna vez sobre Dios, pues era agnóstico. Me parecía increíble que habiendo sido tan católico tuviera esa postura. “No entiendo cómo tanto intelecto, tanta ciencia, tanta inteligencia, te hacen dudar de la existencia de Dios”, le decía. El sonreía y extendía los brazos. Pero en su lecho de muerte en el hospital Rebagliati y en un momento de lucidez, pidió que le dieran los santos óleos.
En estos días aciagos recé mucho por él y estoy seguro que en este momento se encuentra junto a Dios. ¡Hasta luego, estimado Huguito!
Hugo Garavito era un hombre bueno.
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