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Villarán
se suicida
Ricardo Sánchez Serra
Cuando uno empeña una
palabra, debe cumplirla. Cuando uno hace una promesa, debe honrarla. Eso es
norma entre caballeros, entre personas decentes y honestas.
La alcaldesa de Lima,
Susana Villarán, prometió no una, sino varias veces que no iría a la reelección.
Hizo un juramento a la ciudadanía. En uno de ellos suplicó que la dejen
terminar su periodo para evitar su revocatoria. Los limeños aceptaron, pensando
que su palabra tenía valor.
Hoy demostró que su voz fue
falsa, despreció a todos con su mentira, calculada muy bien políticamente, como
caviar o comunista que es. Solo empeñó su palabra para ganar tiempo, para que
bajen las críticas, demostrando falta de respeto y desdén hacia las personas.
La violación a su promesa es un atentado a la buena fe. Parafraseando a Cátulo:
“las promesas de esa mujer hay que confiarlas al viento o escribirlas
en el agua corriente”.
Eso grafica lo que ella es:
embustera y fanfarrona para “atreverse”. Al faltar a su palabra ella se definió
como lo que es: ya sabemos que no es honesta, no es confiable, no tiene ética,
ni credibilidad. Villarán definió quién es y cómo es. La ambición por el poder
y su mesianismo de creer que es la única que salva Lima la revela de cuerpo
entero, peor aún que la necedad la enceguece porque el 80 por ciento de la
población reprueba su gestión.
Y en verdad da pena. Porque
todos sabíamos que era buena persona, aunque incapaz de solucionar los
problemas de la capital. Todo lo sepultó en un tris. Su honestidad cayó por los
suelos: “dime de qué presumes y te diré de qué careces”, dice el refrán.
Las autoridades deben ser
ejemplos de conducta transparente y honrada, para que los jóvenes actúen igual
y responsablemente. Por eso es que los malos políticos hacen la política
putrefacta y sin valores, por eso es necesario hoy más que nunca que nuevas
generaciones dignifiquen la política y sean las autoridades que dirijan al país,
tanto en el gobierno central, como en el Congreso, presidencias regionales o en
las municipalidades.
La palabra es sagrada,
señora Villarán. Usted la ha envilecido. ¿Por qué no se calla y se va a su
casa?
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