Publicado en el diario La Razón, de Lima-Perú, el 2 de julio de 2009
El Látigo de Rufus
Ricardo Sánchez-Serra (*)
Para un pueblo acostumbrado a vivir en democracia, la alternancia en el poder es saludable, pero cuando una nación está saliendo –y con las heridas por cicatrizar– de una agresión narcoterrorista tan cruenta para la población y tan desestabilizadora para la democracia, como la de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que por 45 años está asolando a Colombia, es necesario que el Gobierno exitoso continúe democráticamente en el poder, con el apoyo mayoritario de la población.
El presidente Alvaro Uribe es uno de los mejores mandatarios que ha tenido Colombia en muchos años, al haber pacificado su país, equilibrado su economía y tener una eficaz política social. Pero la tarea de pacificación no ha terminado y él está reflexionando si conviene postular a una segunda reelección, para lo cual es necesaria una reforma constitucional.
Fatídicamente casi la totalidad de los candidatos a la presidencia no garantizan la continuidad de la política de seguridad democrática y, peor aún, se escuchan voces de negociaciones con las FARC o de hacer una política más permeable “conciliadoras” con los terroristas, retrocediendo así los avances en la lucha contrasubversiva y en la pacificación en general.
La política de seguridad de Uribe –instaurada hace 7 años– ha costado a los colombianos sangre y lágrimas, pero este valor democrático dio sus frutos. No hay colombiano y que se ponga la mano en el pecho, que lo pueda negar, si alguno lo hace sería por mezquindad.
La política de seguridad democrática ha sido eficiente y lo demuestran las cifras. Entre grupos subversivos, autodefensas ilegales y bandas criminales se han capturado en los últimos diez años a 51 mil delincuentes, se abatieron a más de 15 mil, habiéndose desmovilizado más de 23 mil. Por los números es impresionante la alta criminalidad que había en Colombia y que Uribe supo enfrentar.
Las fuerzas del orden decomisaron 10 millones de munición, más de 48 mil armas y 16 mil equipos de comunicación. Y a los narcos se les incautaron 7,135 armas, 387.993 municiones, 4,219 equipos de comunicación, 3,202 embarcaciones, 387 aeronaves y se destruyó más de 18 mil laboratorios de cocaína. Por tanto, las acciones delictivas como secuestros, homicidios, voladuras de oleoductos, torres de energía, puentes, vías y los ataques a la población, en general disminuyeron notoriamente durante la administración de Uribe.
Además, el gobierno tuvo una eficaz acción social reconstruyendo viviendas, infraestructura, ayuda humanitaria, atención a víctimas de la violencia y desplazados.
Uribe goza del 74 por ciento de la aprobación ciudadana. Incluso, si accediera a presentarse a una segunda reelección, ganaría –de acuerdo a la última encuesta de Ipsos– en primera vuelta, con el 57 por ciento de la intención de votos. Colombia premia así la pacificación, el orden, la seguridad.
De acuerdo a esa encuesta, muy rezagados quedarían el ex alcalde de Medellín, Sergio Fajardo, con el 6 por ciento, y el izquierdista Carlos Gaviria con el 5 por ciento, entre otros 21 posibles candidatos.
El candidato de Uribe, el ex ministro de Defensa Juan Manuel Santos, si bien garantiza la continuidad de la política de seguridad democrática, no está seguro de ganar la elección presidencial. En la misma encuesta, Santos logra el 19% y el ex ministro de Agricultura Andrés Arias el 12%, mientras que Fajardo y Gaviria obtienen el 8 por ciento, respectivamente.
Colombia no merece la incertidumbre, ni perder la paz. Uribe puede retirarse como héroe, como un gran presidente hoy, pero debe ser consciente que su país aún lo necesita. La convaleciente democracia colombiana aún lo demanda.
*Periodista. Miembro de la Asociación de Prensa Extranjera
Email: sanchez-serra9416@hotmail.com / Blog: http://rsanchezserra.blogspot.com/
Publicado en La Razón, el 2 de julio de 2009
Columna del Director
Uribe
Uri Ben Schmuel
uribs@larazon.com.pe
Hoy se cumple un año de la ‘Operación Jaque’, con la que el Ejército colombiano propinó el 2 de julio de 2008 el más duro golpe a las FARC en sus 45 años de historia y permitió el rescate, sin un solo disparo, de 15 de sus más preciados rehenes, entre ellos (la malagradecida) Ingrid Betancourt. Y por eso suscribimos con puntos y comas la columna de Ricardo Sánchez Serra en las páginas centrales de la edición de hoy respecto al presidente de Colombia, Álvaro Uribe. Solo añadiremos algunos comentarios sobre esta rara avis de la política latinoamericana, porque pocas veces hemos visto un mandatario que tenga las cosas tan claras. Ayer, por ejemplo, defendió sin medias tintas el principio de la “no intervención” externa ante la crisis política en Honduras, horas antes de una sesión extraordinaria de la OEA sobre el tema.
“El respeto a la no intervención debe ser a todas las horas, frente a todos los casos, no puede ser sesgado, no puede ser en este caso no intervención, en este caso sí intervención”, dijo Uribe a la prensa tras un discurso en el Centro Woodrow Wilson. Y por si a alguien le quedaban dudas, añadió: “Cuando se viola el principio de la intervención se crean enormes dificultades políticas en el país intervenido, (debe) respetarse la determinación democrática de cada pueblo”.
Valiosa lección de coraje y consecuencia frente a esa dictadura “políticamente correcta” que trata de imponer su doble rasero y sus sesgados criterios como si fueran las Tablas de la Ley. Un coraje que por cierto también dejó de manifiesto Uribe cuando, en un acto de legítima defensa que en su momento aplaudimos, ordenó el bombardeo de un campamento de las FARC en Ecuador, donde se refugiaban los narcoterroristas tras perpetrar sus fechorías. Chávez y Correa se hicieron los gallitos, pero cuando les tocó estar cara a cara con Uribe a los pocos días de la operación, éste los cuadró en magistral discurso y el petrodictador y su sacasillas se convirtieron en mansos corderitos.
El colombiano es la clase de estadista que la región necesita. Un demócrata a carta cabal, partidario de la economía de mercado, que sabe muy bien la diferencia entre apaciguamiento y pacificación. No en vano la progresía latinoamericana lo detesta: encarna todo aquello que quiere destruir. Pero lo cierto es que en este continente plagado de populistas hace falta más gente de la talla de Uribe y menos demagogos como Chávez, Morales, Ortega, Kirchner y otros impresentables.
¿Y nuestro Uribe dónde está? Faltan dos años para las próximas, cruciales elecciones peruanas (en las que se decidirá si continuamos en la ruta del progreso o regresamos a las cavernas del estatismo) y no lo vemos ni por asomo. ¿Habrá que ir como Diógenes por las calles en pleno día, con la lámpara encendida, diciendo “Busco un líder”?
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