Una
vivencia y un santo
Ricardo Sánchez Serra
En 1992 el gobierno
italiano y la agencia Adnkronos me invitaron a Roma para ofrecer una
conferencia sobre la política antidrogas en el Perú, durante el seminario “La
droga: el nuevo imperio del mal”, a la que asistieron cinco ministros italianos de la
época y entre muchas personalidades, una notable: el juez anti mafia Giovanni
Falcone.
Falcone, muy cordial, me
había invitado a un acontecimiento muy grande, a la firma de un acuerdo contra
la mafia que se llevaría a cabo en Sicilia en el mes de junio. Lastimosamente,
poco antes, el 23 de mayo, la mafia siciliana “La Cosa Nostra”, lo asesinó en
Palermo.
Histórico: En pleno discurso Falcone (en la mesa) me observa
Hicieron estallar su auto
con una bomba –activada a distancia- que contenía 1.000 kilos de explosivo y él
murió junto a su esposa y tres guardaespaldas. Sobre el afamado juez, Ricky
Tognazzi realizó una película “Falcone: un juez contra la mafia”. Hoy es
considerado héroe en Italia. Mi homenaje a tan ilustre personalidad.
Pero lo que quería
contarles, es que, luego de mi exposición, me fui a mi hotel. Me llamó una
amiga y me preguntó si quería ver al día siguiente al Papa Juan Pablo II y le
dije “por supuesto, pero para verlo hay que pedirle cita con tres meses de
anticipación…” “Lo quieres ver, o no?” me dijo firmemente. “Claro que sí, un
honor”, le expresé.
En la noche me vuelve a
llamar y me manifiesta “ya está, recoge tu invitación en El Vaticano a las 8 am
y espera para la cita”. Le agradecí muy conmovido. Después me enteré que ella,
Rose Marie, era muy amiga del asesor del primer ministro italiano Giulio
Andreotti.
Era miércoles 13 de mayo,
día de la Virgen de Fátima. Once años antes nuestra Madre había salvado de
morir al Papa de las balas asesinas del turco Alí Agca. La audiencia era para
presenciarlo en la reunión de los peregrinos. Hay otras dos reuniones para
verlo: la urbi et orbi y la privada.
Luego de darnos su mensaje,
el ahora santo Juan Pablo II, empezó a acercarse a saludar a unas pocas
personas. “Dios mío, Dios mío, quiero darle la mano”, soñaba. Gracias a Dios me
dio la mano y yo de nervios no se la soltaba y me bendijo con su mano izquierda.
“Gia prefetto de Callao, Perú”, le
referí. “Dios bendiga al Perú”, me expresó el Santo Padre. Gran emoción…
Recordé que 10 años atrás,
cuando me acercaba en un vehículo a Jerusalem, sentí paz, que respiraba un aire
puro y un éxtasis extraordinario. Lo mismo sentí cuando saludé a Su Santidad.
¡Qué bendición!
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